viernes, 14 de abril de 2017

Una pasión compartida (Relato F/f por D.)





No sé si os he dicho alguna vez que mi niña es una pedazo de rubia que quita el hipo, pues sí, así es. Las dos disfrutamos de un hobbie común, la hípica. Como el fin de semana se presentaba bueno, le comenté que podríamos ir a montar ese sábado a una finca privada que conocíamos, así nadie nos podría molestar si decidíamos aprovechar el momento. 

Como sabía que iba a pasar, no tardó ni medio minuto en contestar:

-Chiiii…

Soy capaz hasta de escuchar su voz cuando me lo escribe. La semana estaba a punto de acabar y mi cabeza iba a mil tramando todas las perrerías que iba a poder hacerle teniéndola un fin de semana entero para nosotros, sí, nosotros. Durante este fin de semana, íbamos a contar con un invitado muy especial. 

Por fin viernes, estaba recogiendo mis cosas cuando me sonó un whatsapp:

-Venga vaaaa tortugaaaa...

Irremediablemente se me puso una sonrisa en la cara, estaba ansiosa, igual que yo, pero le iba a hacer sufrir un poquito más:

-Aún me queda una horita, tendrás que esperar en la puerta de casa un ratito.
-ppffff que todavía hace frío y es casi de noche
-Nos vemos en un rato y no pongas morritos que te veo desde aquí.
Terminé de recoger y me pasé por ese sitio que tanto le gustaba para coger algo de comida para el camino, ya llevaba todo en el coche así que solo tenía que recogerla y pillar carretera. Llegué en 20 minutos a casa y ahí estaba, sentada en la puerta con las maletas a un lado, las piernas sobre ellas y tecleando vete a saber qué en el móvil, maravillosamente enfadada.
La cara que puso al verme allí y descubrir que le había mentido, valió la pena, toda roja subió al coche farfullando vete a saber qué maldiciones, yo no paraba de reír mientras le pedía perdón y le decía lo guapa que estaba enfadada. Acabamos las dos riendo. A mitad de camino le comenté que seguramente el domingo viniera Sergio a pasar el día con nosotras, le encantó la idea aunque sé que en su cabeza ya sabía que eso significaba algo.

Llegamos bastante tarde, cogimos la llave que nos habían dejado donde siempre y nos fuimos directas al cuarto, caímos rendidas del viaje. A la mañana siguiente, me levanté temprano y la dejé en la cama mientras hacía el desayuno, es una marmotilla y le encanta dormir lo que me da a mi ventaja para preparar las cosas. Dejé el café en el fuego y fui a ver a los caballos, nos habían dejado todo listo para poder montar en cuanto nos diera la gana, así que fui a buscarla.

-¡! Para arriba rubia ¡! Que hace un día fantástico- dije mientras descorría las cortinas y hacía que le diera el sol en toda la cara.
-Déjame un ratito más mami que no hay cole…
-Muy graciosa, arriba. Los caballos están listos.

En cuanto oyó la palabra mágica se levantó de un salto y se vistió a la par que yo con sus pantalones de montar, botas y esa camisa que le gustaba llevar porque decía que “era cómoda”, para mí solo “era práctica” porque podía cogerle las tetas perfectamente. Creo que llevaríamos una hora sobre los caballos cuando llegamos al primer descanso, una especie de riachuelo dónde con el tiempo habíamos cogido la costumbre de parar a descansar. No le di tiempo a reaccionar, cuando bajó de la montura, le dije que se quedara agarrada a la silla. Masculló algo que no pude entender bien, la agarré de la parte trasera del pantalón y le solté el primer golpe.

Sé que no lo habría casi notado, una hora montando te deja el culo completamente entumecido así que eso me daba ventaja para poder jugar y calentar un buen rato mientras. Estuve durante unos 5 minutos alternando entre las dos nalgas para que empezara a tener un bonito color rojo, entonces le bajé el pantalón a la altura de los muslos. En mi montura había traído parte de mis juguetes lógicamente. Para esta vez, había decidido usar una fusta de doma elástica de 1,20 que había encontrado en la finca, sabía que podríamos divertirnos mucho con ella.

Di unos tres pasos hacia atrás, y probé como sonaba, debió de gustarle el ruido porque se giró al momento y la vi mordiéndose el labio anticipando el golpe. La fusta de doma acaba en un trozo de material sintético que pica bastante y tiene el mismo efecto que un látigo si sabes cómo usarlo. El sonido que emitía cada vez que chocaba sobre su cuerpo, unido a la marca que dejaba, estaba logrando que me resultara difícil seguir azotándola y no arrodillarme ahí mismo a darle placer. Me encantaba lo mucho que podía aguantar. Creo que alrededor del número 30 paré. Tenía el culo salpicado de líneas rojo púrpuras muy finas, parecían líneas en una libreta y le ardía el culo. Puse mis dos palmas sobre cada una de ellas y escuché su suspiro de alivio al entrar en contacto con mis manos frías. Le besé un par de veces y comprobé entre sus muslos que había surtido el efecto deseado y sabía que estaría deseando que siguiera, pero no iba a darle el gusto allí mismo. Todavía quedaba un buen rato de paseo y quería que notara la incomodidad mientras montaba.

Casi dos horas más tarde estábamos llegando a la finca, hacía un calor tremendo y llevamos a refrescar a los caballos antes de meterlos en sus caballerizas. Le dije que se quitara el pantalón, las botas y los calcetines, que también se quitara el sujetador, pero que se dejara la camiseta puesta. Fui a buscar el cubo con los utensilios para cepillar a los caballos y encontré lo que quería, había un cepillo de los que usamos para ellos que se parece mucho a un cepillo normal cuadrado pero tiene el mango más largo por lo tanto, una superficie mayor para azotar.

No puedo negar que disfruté como una niña cuando al dar el primer golpe escuché ese grito de dolor placentero que solo escuchaba en algunas ocasiones. Le dije que solo serían 10, pero que le iban a doler bastante y que quería que los contara bien alto así que me hizo caso y empezó a contar 1,2,3…8,9,10 Tenía el culo casi morado de los golpes y estaba sudando muchísimo, así que aprovechando dónde estábamos, encendí la manguera para duchar a los caballos y la dejé caer sobre sus nalgas desnudas, en muy poco tiempo ya estaba metida bajo la manguera mojándose entera, empapando esa camiseta blanca que no dejaba nada a la imaginación y salpicándome.

-Señorita, sabes perfectamente que odio las salpicaduras y el agua fría…te la estás jugando.

Me di la vuelta para apagar el agua y noté como me caía encima un cubo de agua helada.
Continuará….

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